Audiencia General Del Papa Francisco

Contra este vicio, del que nos damos cuenta que es tan peligroso, los maestros de espiritualidad prevén varios remedios. Me gustaría señalar el que me parece más importante y que yo llamaría la paciencia de la fe. Aunque bajo el azote de la acedia el deseo del hombre es estar "en otra parte", escapar de la realidad, hay que tener en cambio el valor de permanecer y acoger en mi "aquí y ahora", en mi situación tal como y es, la presencia de Dios. Los monjes dicen que para ellos la celda es la mejor maestra de vida, porque es el lugar que concreta y cotidianamente te habla de tu historia de amor con el Señor. El demonio de la acedia quiere destruir precisamente esta alegría sencilla del aquí y ahora, este asombro agradecido ante la realidad; quiere hacerte creer que todo es en vano, que nada tiene sentido, que no vale la pena preocuparse por nada ni por nadie. En la vida encontramos gente “acidiosa”, personas de las que decimos: “¡Pero este es aburrido!”, y no nos gusta estar con ellas; personas que incluso tienen una actitud de aburrimiento que contagia. Eso es la acedia.

 

¡Cuánta gente, presa en las garras de la acedia, movida por una inquietud sin rostro, ha abandonado tontamente el camino del bien que había emprendido! La de la acedia es una batalla decisiva que hay que ganar a toda costa. Y es una batalla de la que no se han librado ni siquiera a los santos, porque en muchos de sus diarios hay páginas que revelan momentos tremendos, verdaderas noches de fe en las que todo parecía oscuro. Estos santos nos enseñan a atravesar la noche con paciencia, aceptando la pobreza de la fe. Recomiendan, bajo la opresión de la acedia, mantener una medida de compromiso más pequeña, fijarse metas más al alcance de la mano y, al mismo tiempo, resistir y perseverar apoyándose en Jesús, que nunca nos abandona en la tentación.

La fe atormentada por la prueba de la acedia no pierde su valor. Al contrario, es la fe verdadera, la humanísima fe que, a pesar de todo, a pesar de la oscuridad que la ciega, sigue humildemente creyendo. Es esa fe que permanece en el corazón, como las brasas bajo las cenizas. Siempre permanece. Y si alguno de nosotros cae en este vicio o en la tentación de la acedia, que intente mirar en su interior y custodiar las brasas de la fe: así es como se sigue adelante.

Catequesis. Vicios y virtudes. 8. La acedia